En 1913 su tío le pidió al ingeniero
graduado en Cornell, Leo Frank que viniera a trabajar en el negocio de la
familia: la fábrica conocida como la National Pencil Company of Atlanta, Georgia.
En ese mismo año fue falsamente acusado del asesinato de una empleada de 14
años llamada Mary Phagan.
Leo Frank tenía todas las de
perder. Era un judío de Nueva York, con
un empleo bien remunerado en el sur de del país de principios del siglo XX. Por
lo tanto, sin evidencias que le culparan, fue detenido, acusado y juzgado por
el asesinato de Phagan en un juicio sin pruebas, cuyo objetivo principal era
satisfacer a una turba vociferante llena de odio.
El juicio fue un espectáculo
dantesco. Hubo amenazas, intimidación
más una ruidosa multitud afuera gritando "maten al judío" y
"cuelguen al judío”. Resultado esperado: Leo Frank fue condenado a morir
en la horca el 25 de agosto de 1913.
Tras un complicado proceso y
extensa investigación, el lunes 21 de junio de 1915, John Slaton, el entonces
Gobernador del Estado de Georgia emitió la orden de conmutar la condena a pena
de muerte de Leo Frank por cadena perpetua. El argumento legal de Slaton fue
que no había suficientes pruebas disponibles para condenar las acciones de
Frank.
La reacción de la chusma no
se hizo esperar. En la tarde del 16 de agosto ocho vehículos llegaron a las
afueras de la prisión. Un electricista suspendió la comunicación telefónica
desde la misma, drenaron el combustible de los automóviles de la prisión,
esposaron al director, se apoderaron de Leo Frank, y se alejaron.
Luego de casi siete de siete
horas de viaje a una velocidad máxima de 18 millas por hora, sin que fueran
interceptados por ninguna fuerza del orden, viajaron a través de pequeños
pueblos por carreteras secundarias. En una pequeña localidad conocida como Frey
’s Gin, a dos millas al este de Marietta, el ex Sheriff William Frey había
preparado el linchamiento, proporcionando la cuerda y la mesa. Leo Frank fue
esposado, con las piernas atadas en los tobillos y fue colgado de la rama de un
árbol alrededor de las 7:00 de la mañana, en dirección a la casa donde había
vivido Mary Phagan.
El linchamiento de Leo Frank
catalizó la creación de la Liga Anti Difamatoria. “Detener la difamación contra
los judíos, y garantizar la justicia y un tratamiento justo para todos”. Con esa consigna y razón de ser el abogado de
Chicago Sigmund Livingston presentó la idea que conformó el embrión de lo que
luego se convirtió en la Liga Anti Difamatoria conocida mundialmente por sus
siglas ADL (Anti Defamation League) creada bajo el claro entendimiento de que
la lucha contra una sola forma de perjuicio no podría tener éxito sin la lucha
contra los prejuicios en todas sus formas.
El entorno no podía ser más
propicio. A principios del siglo XX, la
comunidad judía en los Estados Unidos enfrentaba un antisemitismo rampante y
una abierta discriminación. Era común que, en libros, obras de teatro y, sobre
todo, en periódicos, se representara a los judíos bajo el lente de los más crudos
estereotipos. Nunca pasó por la mente de los fundadores de la ADL ni a sus
actuales miembros señalar directamente a ningún grupo étnico, religioso o
político como un objetivo a destruir o alienar. La mayor parte de su trabajo,
tanto en Estados Unidos, como en el resto del mundo, fue y sigue siendo
garantizar la justicia y un tratamiento justo para todos.
Hoy, lamentablemente, aunque
mucho se ha avanzado en términos de convivencia, mutuo respeto e igualdad ante
la ley, aún persisten los prejuicios. Lo peor es que somos testigos de su
promoción por alcanzar objetivos políticos, tanto desde la izquierda como desde
la derecha.
Se oye de todo, que los judíos son dueños de Wall Street y de
Hollywood, que los cuerpos de policía
del país tienen una guerra contra los varones afroamericanos, que los miembros de los grupos LGTV quiere imponer
su estilo de vida al resto de la población, que todos los musulmanes son terroristas y por ello
hay que asesinarlos o extraditarlos, que los blancos insisten en mantener a negros y
latinos en los más bajos estratos de la sociedad para seguir explotándoles, que
los inmigrantes hispanoparlantes son
todos unos criminales y traficantes de drogas….más un larguísimo etcétera.
Nadie se beneficia con estas maneras de pensar, todos perdemos. El odio es
peligroso.
Lo que hizo que esta nación
llegara a ser lo que es, fue precisamente el objetivo de incluir en “El sueño americano”
a todos sus habitantes. La fórmula la dio el ADL hace más de 100 años,”
garantizar la justicia y un tratamiento justo para todos” ¿A Ud. no le parece?
A mí, sí.
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